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martes, 3 de febrero de 2009

La soledad del árbitro

Hace unos días realicé un viaje en coche, solo, como cuando salía a arbitrar los fines de semana. Era un recorrido lo suficientemente largo –de Barcelona a Andorra y regreso el mismo día- como para reflexionar, escuchar la radio, poner un CD, pasar agenda mental de las tareas pendientes de la semana... además de ir con cuidado con la carretera, a veces mal asfaltada, con los tramos con niebla o lluvia, con los camiones, con los conductores rápidos, con los lentos... Total, un viaje como los que realizan a menudo los árbitros por España. Al cabo de dos días llegaba el fin de semana, que volvió a ser duro: nieve, incomunicación, lluvias, viento... Qué pereza me daría tener que hacer un desplazamiento con esas condiciones climatológicas, me decía. Y eso me llevó a reflexionar de nuevo.

¿Cuántos kilómetros llegan a hacer los árbitros solos por todo el territorio estatal? Muchas veces lo comentaba con otros compañeros, y siempre llegábamos a la misma conclusión: la suerte estaba de nuestro lado, habitualmente, porque la cantidad de desplazamientos que se hacen cada fin de semana –aviones, trenes, coches de alquiler...- para llegar sin falta a la localidad, sin que pase ninguna desgracia... ¡y con el tiempo suficiente como para que nadie sufra!

Los viajes arbitrales sirven también para poner en orden las cosas: tareas retrasadas en el trabajo cotidiano, visionar partidos, pasear, descansar... Pero lo malo son los desplazamientos, claro. Retrasos en vuelos, esperas a compañeros en aeropuertos para coger juntos un coche o un taxi son, a menudo, temas recurrentes de conversación. Es que “el árbitro siempre juega fuera de casa” –y, además, normalmente más de un partido cada semana-, decía yo a los entrenadores, jugadores o directivos que te preguntaban por el viaje realizado.

La verdad es que el árbitro se encuentra solo en muchos momentos de su vida en activo. No sólo los desplazamientos llenan de soledad al individuo, sino también los malos momentos, que dejan aislada a una persona que lo está haciendo bien, pero que por desgracia comete un error, un descuido, que le apea del tren –cuando llevaba una velocidad de crucero-. Después, nadie se acuerda de él. Esa también es una soledad, pero por desgracia menos transitoria que la física. No obstante, de ahí la grandeza de esta actividad, esos malos momentos, esos desplazamientos en soledad son los que te hacen crecer como árbitro, pero también como persona, que es lo más importante.

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