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miércoles, 29 de abril de 2009

Saber escuchar

En una sociedad como la que nos ha tocado vivir, el don de saber escuchar es difícil de encontrar. Parece que una cosa que debería ser habitual es todo lo contrario. Somos capaces de pagar –de hecho, es así- a un profesional para que no haga otra cosa que escucharnos, que asienta con la cabeza para que nos sintamos reconfortados al comprobar que nuestros problemas son importantes para alguien... que cobra por ello; pero ya nos va bien.

Todo ser humano necesita que se le tenga en cuenta, que sus aportaciones no caigan en saco roto, que se le dé un golpecito en la espalda de vez en cuando para sentirse reconocido. No es fácil, ciertamente.

En el mundo del baloncesto, y del arbitraje concretamente, nos encontramos igual: cuántos árbitros hacen un buen trabajo que no se les es reconocido –y sólo reciben el palo cuando han actuado incorrectamente-. Es difícil llevar un grupo tan grande, un colectivo de individualidades –en que cada uno vela por sus intereses-, y tenerlos a todos contentos. La clave de la dirección de un grupo es hacer sentir precisamente a cada miembro importante dentro de la organización, que perciba que está teniendo un trato especial por parte del “jefe”, aunque no sea verdaderamente así.

En un partido, ¿cuántos entrenadores no quieren ser escuchados por sus árbitros? Cuántas veces nos hemos encontrado con preparadores que quieren que se les explique individualmente una decisión, que se pare el partido para ello, si es necesario... Muchos, ¿verdad? Pero no puede ser, obviamente. Por eso es importante que el árbitro tenga la suficiente mano izquierda para hacer creer a ese entrenador que sabe perfectamente lo que le está pidiendo, que lo tiene en cuenta y que no se debe de preocupar por ello. Ese mensaje lo ha de transmitir con una mirada, con un gesto, con una palabra, un monosílabo, si es preciso.

Siempre está el recurso de remitir a los entrenadores a un tiempo muerto, a un final de cuarto, al descanso, para ofrecerles nuestro preciado tiempo. Eso sí, con el entrenador contrario presente, claro. Pero, precisamente, esta opción no es la escogida por ellos: prefieren hacerlo con el reloj en marcha, y sin tener al rival delante.

Por eso nos debemos inclinar por la primera opción, la del monosílabo, la del gesto, la de la mirada cómplice, la del psicólogo que nos está escuchando y a la vez asintiendo con su cabeza para darnos la razón. Por eso es importante saber escuchar, hasta sin oír.