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lunes, 8 de junio de 2009

Déficit de normales

Antes de todo, felicidades a todos los que ansiábamos el Mundial 2014. ¡Ya lo tenemos! Ahora sólo falta que llegue también a la cuna del baloncesto en nuestro país. Tiempo al tiempo. Con buena predisposición por ambas partes se conseguirá, sin lugar a dudas. Una vez alegrados todos por el objetivo cumplido –ahora falta lo más difícil, que es encarrilar todo lo pendiente y la compleja organización-, hace días que quería referirme a uno de los grandes déficits de la sociedad actual, que es la de personas que podríamos calificar como normales. Aunque parezca una cosa extraña, cada vez cuesta más encontrar personas que no generen problemas en sus puestos de trabajo, dentro de un vestuario, en un banquillo o arbitrando. Ya sé que uno puede pensar que estoy exagerando o que a lo mejor el problema lo puede tener el que escribe, pero si nos ponemos a pensar, a lo mejor también acertamos.

Me explico. Si llevamos la situación al baloncesto, que sería lo lógico teniendo en cuenta el lugar de publicación de este post, cuántas veces nos hemos encontrado con entrenadores –desde mi punto de vista de árbitro- que actúan de manera diferente fuera que dentro de la pista. No me sirve aquello de que me pongo nervioso, que me juego mucho, que me están a punto de echar, que no nos tenéis respeto... cuando minutos antes has entablado una conversación cordial con la misma persona. ¿Por qué cambia de personalidad? Personalmente, siempre me han caído mejor los entrenadores que me han tratado igual dentro del pabellón que fuera. A mí no me cabría en la cabeza abrazarme literalmente –que no es, seguramente, el mejor ejemplo- con alguien con el que minutos después me esté insultando. El deporte es eso, deporte; la competición es buena en todos los sentidos, pero la cordura no la hemos de perder nunca.

También digo lo mismo de los árbitros, sin duda. Los hay que tienen también esa doble manera de actuar dentro y fuera de la pista. ¡Qué lástima! Pero volviendo a la vida cotidiana, fuera del parquet. A menudo, en los trabajos, parece que el raro sea el que tiene más privilegios: “Ya sabes cómo es; déjalo, no pasa nada”. O sea, que el día que una persona normal tiene un mal día nadie se lo perdona –habitualmente, también hay que decirlo, las personas que se pueden considerar normales lo llevan de manera diferente-. Tengo en cuenta que no todo el mundo piensa de la misma manera, es obvio; pero si somos un poco autocríticos con nuestros propios entornos estoy seguro de que más de uno me daría la razón.

Por dicha razón, que el sentido común no nos abandone; y la cordura y el sentido del ridículo, tampoco.

1 comentario:

Ellossonmiequipo dijo...

No puedo estar más de acuerdo.
Ayer lo comentaba con un árbitro LEB Plata, y me hizo ver las cosas desde otro punto de vista. La verdad es que esa conversación ayudó. Espero que sigas con tu blog, un fuerte abrazo