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martes, 21 de julio de 2009

Ascensos y descensos

Los meses de verano sirven para descansar, obviamente, y para digerir los cambios que se pueden producir en la vida arbitral, que pueden ser para bien o para mal, claro. Estos meses, pues, si uno no recibe la llamada comunicando el cambio, pueden ser plácidos, en la mayoría de los casos, o muy poco plácidos: de júbilo o de depresión, vamos.

Normalmente, la llamada del ascenso es fantástica. Todo son golpecitos en la espalda, reconocimientos –y autorías de las “ayudas” o colaboraciones para que dicho ascenso se concretara-, grandes abrazos, salen “amigos” por todos los lados... Pero la del descenso no tiene el mismo efecto. En ese momento, cuando le comunican a uno que ya no cuentan con él, que el año siguiente no disfrutará de la categoría ganada no hace mucho con tanto esfuerzo, es cuando la frustración y la depresión se adueñan del árbitro –según el carácter de cada uno, la procesión se lleva de una manera o de otra-. Y es en ese preciso momento, cuando se hace público el descenso, el instante en que se echan más en falta los presuntos “amigos”. ¿Cuántos llaman por teléfono al afectado? ¿Cuántos le acompañan en el sentimiento? Es en ese momento cuando se hace realidad el dicho que tiene tanto de cierto: “Quien bien te quiere te hará llorar; quien mal te quiere, reír y cantar”.

Al final de la temporada se hace la declaración de la renta y, según lo que se haya ganado o invertido y hasta ahorrado, se pagará o se recibirá. Si durante el año deportivo se ha trabajado, se ha tenido suerte, los informes han ido como debían, se ha ido cumpliendo con las obligaciones, perfecto. Lo malo es si pasa lo contrario. Hay muchos casos en que te encuentras con un árbitro que, durante el prepartido, te comenta que no sabe si lo está haciendo bien, que le dicen que debe mejorar, que él cree que no le acaban de salir bien las cosas... Malo, muy malo. Negro lo tiene, el pobre muchacho o la pobre muchacha. Encarar la recta final de la temporada con una baja autoestima es ir directo al infierno. Los hay también que siempre están bien. “Perfecto”, te dicen cuando se les pregunta por su trayectoria en la temporada. Ese querer demostrar que todo va tan bien, que va viento en popa, cuando las designaciones no le acompañan, amaga algo. Y finalmente se cumple también el desastre.

Otros casos son los de las sorpresas. Pocas, la verdad. Una cosa es que no se haga mucha comidilla con la persona en concreto, que también puede ser, pero las designaciones son los mejores reflejos de la realidad. Además, en un mundo tan pequeño, como el arbitral, cualquier comentario que pueda hacer alguien en el lugar más recóndito y con las personas menos sospechosas se puede convertir en titular de la mayoría de los prepartidos de la jornada siguiente.

Por lo tanto, este tiempo de vacaciones puede ser un momento precioso para coger energías para la nueva temporada, para ponerse a punto mentalmente... y físicamente, que pese a no haber los controles de años atrás al inicio, los pantalones negros no fallan. Las cualificaciones, pese haber mejorado ostensiblemente respecto a otras épocas, continúan siendo subjetivas, en el último momento. Si un árbitro cae bien, difícilmente caerá –si no es que lo hace mal-, y el que no cae tan bien, si además no guarda la línea, habla más de la cuenta y comete algún error técnico..., para abajo.

Antes de acabar, un nuevo reconocimiento público a los once árbitros que abandonan el silbato. Les felicito por la decisión tomada y les deseo mucha suerte. En especial, por tener una relación más estrecha, a Jordi Soler y a Marc Tortellà, dos buenos árbitros con los que he compartido buenos momentos y grandes partidos. Jordi, Marc, molta sort!! Y a todos los demás, ¡feliz verano!

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